Carlos Cólogan publica ‘Tenerife Wine’, la historia del comercio de vinos en el siglo XVIII.
“Si este vino es de vuestras tierras, deben caer muy cerca de la tierra prometida”. Quien esto escribe no es otro que Voltaire y el vino al que se refiere, el de Canarias. Este y otros muchos documentos aparecen en el libro Tenerife Wine. Historias del comercio de vinos, que acaba de publicar Carlos Cólogan Soriano después de recuperar el archivo familiar con miles de documentos y ponerlos a buen recaudo en el Archivo Histórico Provincial de Santa Cruz de Tenerife.
Pero ¿por dónde empezar? Carlos Cólogan dice que fue de forma intuitiva, porque “a finales del siglo XVIII, a partir de 1760, sucedían un montón de cosas muy enriquecedoras y el vino siempre aparecía. Y es una etapa fascinante”. Su idea inicial era abarcar los años que transcurren desde 1760 hasta 1780, “aunque luego llegué hasta el 97, porque en esa fecha pasa lo que pasa y es que ataca Nelson. Hay años grandes, los hay pequeños, con episodios espectaculares que se agolpan y hay otros donde no se oye ni el eco. Es difícil mantener el tono general”.
La primera conclusión a la que llega Carlos Cólogan es “la confusión general que tenemos sobre la historia de nuestros propios vinos; es como un galimatías donde no distinguimos épocas, ni tipos de vino. Lo que sí identificas claramente en el siglo XVIII es que no estamos hablando para nada de malvasía. Hablamos de Tenerife y de vidueños (vino de toda uva), de vinos blancos, y es un periodo en el que fugazmente sí aparecen trazas de malvasía, pero de forma marginal. El vidueño es un vino completamente distinto. Era un vino de exportación que se vendía en cantidades ingentes; hablamos de cientos y de miles de pipas, algo que nunca se hizo, o al menos yo no lo he conseguido acreditar, con la malvasía, que es producto de finales del XVII, que sube como una ola y cae estrepitosamente. Los vidueños arrancan empezando el siglo XVIII y tienen su apogeo a finales. Es como la segunda ola. Y la última”.
“Lo apasionante, asegura, fueron las innumerables guerras. Empiezo en 1760 y España ya está entrando en la Guerra de los Siete Años, viene la toma de La Habana y el comercio de vinos queda afectado, es un comercio de exportación, un comercio marítimo y siempre queda afectado por la guerra. Y la guerra en ese siglo la protagonizan España, Francia e Inglaterra. Y, sobre todo, en el Atlántico. En la década siguiente empieza la guerra de independencia de los Estados Unidos y vaya si afectó a los vinos de Tenerife, de hecho, participamos con nuestros vinos”.
EXPORTACIÓN
Ahora que se habla de un mundo globalizado, Cólogan mira hacia atrás y nos descubre que los vinos de Tenerife, “desde siempre, iban a todos los puertos de Europa. Empezando por el norte: Copenhague, Hamburgo, Ostende, Rotterdam, Nantes… Todo el arco atlántico de Europa era un destino de exportación. En las islas británicas, Londres se lleva la palma, pero hay exportaciones a Bristol, Plymouth, Dublín, Waterford. En el Mediterráneo se exportaba a Cádiz, Málaga, con Valencia había algo, pero sobre todo con Génova. Y lo más interesante es un canario de La Orotava, que era Cristóbal de Franchy, que estuvo en las guerras de la toma de Nápoles y se hacía traer desde Tenerife malvasías para dárselos luego al rey Carlos III”.
Ahí no queda todo. “En el lado americano se exportaba vino de Tenerife a Quebec, Boston, Nueva York, Filadelfia, Charlot, Newberry, Nueva Orleans; en el arco del Caribe, La Habana, Campeche, La Guaira, Caracas… Y ya más abajo, algo en Montevideo y Buenos Aires, pero poquito”.
Carlos Cólogan descubre en los archivos que “también nos íbamos al Oriente y nuestros vinos fueron llevados en la década de los 60, por medio de la Compañía de las Islas Orientales, a Bombay, Bangladesh y a Calcuta. Y por supuesto, fuimos a Australia”.
Todo ese trasiego, de la mano de los ingleses, que enviaban mucha mercancía a sus colonias, “y una de las rutas principales era bajar con los alisios hasta Canarias, dejar mercancía, cargar vino y seguir hacia América”.
Carlos Cólogan afirma con rotundidad que “el inglés más importante en el comercio de vinos de Tenerife en el siglo XVIII es Robert Jones. Es uno de los cinco comerciantes más importantes de Londres, no solo de vino, de cualquier cosa, y termina siendo uno de los directores de la Compañía de las Indias Orientales. Jones tenía sus amigos, negocios e intereses en Tenerife cuando accede a la Compañía y la pone a trabajar con Tenerife y esos navíos, que son de gran porte, de gran tonelaje; empiezan a surtir a la India, por lo que Tenerife entra en la ruta de la Compañía. Ese para mí es uno de los documentos más espectaculares que tiene el libro”.
Su interlocutor en Tenerife es Juan Cólogan Blanco. “Él empieza a darle forma a unos vinos. Como ya el malvasía estaba agotado y no tenía salida porque los rones del Caribe prácticamente lo habían liquidado, empieza a formular algo que se parecía mucho a los vinos de Madeira, lo que los americanos llamaron el falso madeira. Tenerife formula -y digo formula porque hace una combinación- vinos que dan como resultado uno con unas cualidades que son las que les apetecían a los ingleses. Ese vino empieza a ser degustado por los directores de la Compañía de la Indias Orientales, se cierran los primeros contratos con la Compañía de Indias y se empiezan a llevar nuestros vinos hacia la India”.
Repasar todo el acuerdo en el archivo “es un espectáculo. Las cartas a mí me ponen los pelos de punta -dice Cólogan-, sobre todo por las cantidades de que hablan. En un momento dado, don Juan, desde el Puerto de la Cruz, les da las gracias a los directores de la compañía por el contrato firmado, le avisan de que vienen dos navíos, cada uno de los cuales se va a llevar 200 o 300 pipas. Esa es una cantidad muy elevada y él ya declara que, en el Puerto de la Cruz, en sus bodegas, tiene almacenadas 2.000 pipas de vino para ellos. ¡Un millón de litros!”.
En la década de los 70 hay un cambio generacional y “los hijos vuelven a ser más anglosajones, empiezan a dejar muchos líos que tenía su padre con Caracas y La Guaira, sobre todo por muchos impagos. Se empieza a hablar con Estados Unidos, se sigue hablando con Londres, se empieza a hablar con la costa de Senegal, empezamos a hablar con las compañías de indias francesas, con los holandeses… no dejaban a nadie tranquilo”, relata Cólogan.
INDEPENDENCIA
El autor del libro se entusiasma cuando habla de la Guerra de la Independencia en Norteamérica. “Las casualidades y las desgracias, los efectos colaterales, llevan muchas veces a cosas insospechadas. En el verano de 1778, Francia e Inglaterra empiezan la guerra con las 13 colonias y España no lo hace hasta principios del 79. El del 78 es un verano caluroso, lo dicen todas las crónicas, sufrimos un ataque corsario norteamericano; roban un navío que venía desde Londres a Tenerife y es llevado, para ser cobrado o vendido, al puerto de Filadelfia. En octubre, empiezan a llegar cartas de que el barco está en Filadelfia y se pone en contacto con nosotros un señor que se llama Juan de Miralles, el delegado de las 13 colonias en la Luisiana. En las cartas dice, de una forma muy cercana, a Tomás (el hijo de don Juan) que le va a poner en contacto con una persona que va a conseguir rescatar parte de la mercancía (en ese barco iba un dineral). Y le presenta a Robert Morris, el financiero de la Guerra de la Independencia de los Estados Unidos, uno de los firmantes de la Declaración de Independencia”.
Pero no se apresuren a sacar conclusiones acerca de que en la firma se brindó con vino de Tenerife. Carlos Cólogan lo niega: “Eso es un mito y no existe. Nadie puede poner en un papel que se brindó con vino de Tenerife”. Lo que sí ocurre es que “Tenerife empieza a hablar con el número uno de los comerciantes de Filadelfia y Morris nos pone en contacto con sus múltiples clientes en muchas ciudades. Así se abría el mercado. El caso es que estamos en medio de la guerra y tenemos que ir de tapadillo hablando con los americanos, no sea que nos pillen los ingleses. Ese comercio es secreto, no lo sabía nadie”. Aunque todos hacían lo propio, porque Carlos Cólogan relata que, curiosamente, “en el 81 se empiezan a detectar en los archivos, en medio de la guerra, embarques de navíos suecos muy abultados. Hablo de 500, 1.000, 2.000 pipas con destino a Jamaica, Bermudas, territorios británicos. Son los ingleses, cargando con barcos neutrales, vinos en Tenerife, en el Puerto de la Cruz, para que no los viera nadie y yéndose al Caribe”.
Cuando acaba la guerra, en el año 83, “América está arruinada, Inglaterra está arruinada, España está fatal y Francia paró la guerra porque no podía gastar más dinero. La única forma de reactivar las finanzas, y de eso se encargaba Robert Morris, era restaurar el comercio”.
“El comercio de vino no era un comercio de bagatelas, era muy, muy importante”, afirma Cólogan. “Empezamos a hablar con los primeros grandes comerciantes de Estados Unidos, pero Inglaterra no se queda atrás. Está en un proceso de expansión hacia el oriente, tiene los territorios de la India en disputa con los franceses y necesita llevar a sus tropas vino. Ya no hablamos de la Compañía de Indias, lo tinerfeños aparecen en Londres firmando contratos con la Oficina de Compras y Avituallamiento de la Marina británica, que pasa a abastecerse en el puerto de Santa Cruz de Tenerife. Es divertido ver a dos hermanos de Tenerife, uno aquí y otro en Londres, hablando sobre qué precio les dan, de dónde van a sacar esas cantidades ingentes de vino, porque ellos no eran cosechadores, sino comerciantes que compraban a toda la isla de Tenerife”.
“En el año 95 entran por el puerto de Santa Cruz más de 20 navíos de guerra británicos. ¿A dónde iban? Al Caribe, a Martinica, al Pacífico, a Australia. Y pasan por aquí, por contrato, los 11 navíos que forman la First Fleet, que fundan el estado australiano. Y se llevan nuestros vinos en el viaje fundacional de Australia, que se funda en 1787 con el establecimiento de Botany Bay en Sidney. Es decir, que fundaron Australia con nuestros vinos”, destaca Carlos Cólogan.
Luego, todo se vino abajo. Cólogan reconoce que “no sé que pasó después, hasta leerlo año a año. Sí intuyo que fue la guerra con Inglaterra, la guerra de la independencia con los franceses… Y el declive de Canarias como ruta de paso: se abre el canal de Suez, y por supuesto, aparecen los barcos de vapor. Ya no te llevan los alisios, vas en línea recta y Canarias empieza a salirse fuera de las rutas y nos venimos abajo”.
TENERIFE WINE VERSUS CANARY WINE
Carlos Cólogan se muestra tajante cuando afirma que no va a haber confrontación entre la marca Tenerife Wine y Canary Wine, ya existente. “No”, dice con rotundidad. “Se pueden tener solapadas varias denominaciones de origen. Qué más da. ¿El mundo es tan pequeño como para pelearnos por los clientes de algún lado? Si no somos capaces de que en Tenerife se consuma el 5% del vino de la Isla, ¿a cuenta de qué hay que pelearse por el nombre? ¿Los comerciantes de siglo XVIII se pelearon por los nombres? No. No estaban preocupados por eso, es que no les ponían ni nombre”.
EL VINO ERA EL “COMBUSTIBLE” DE LA MARINA
¿Por qué? ¿Por qué tanto vino de Tenerife para tanta marina extranjera?, se pregunta Carlos Cólogan. “Porque el vino era un producto de larga duración, que aguantaba un viaje a Australia de cuatro o cinco meses y el agua no lo hacía. Entonces, el vino tenía cualidades digestivas, de limpieza, de purga, y el vino de Tenerife particularmente se adecuaba mucho y se consumía mucho en los hospitales de campaña”. En el libro que acaba de publicar “hay una carta de Washington hablando con un general sobre la conveniencia de darle de beber a las tropas, en 1781, 50 pipas de vino de Tenerife o cerveza. Y al final se decantaron por nuestro vino”. Las circunstancias eran muy distintas a las de ahora. “Imagínate que te vas a Jamaica, o a una guerra en una isla del Caribe, para luchar contra los franceses, por ejemplo. Esa gente tiene que beber. Cuando llegas allí no hay una ciudad como las que conocemos hoy; no hay grifos, no hay manantiales, el agua está contaminada o no es potable. El vino es un producto que está fermentado”. “Fíjate si son importantes las bebidas -añade con pasión-, que la principal razón que explica el crecimiento de población en Inglaterra es el consumo de té, que es agua hervida. Así se evitaron muchas enfermedades y la población subió de 28 a 30 millones cuando la gente se moría en Europa. Tenía un efecto sanitario. Pues el vino también en las Marinas. Por eso era absolutamente indispensable que las fortificaciones inglesas en Bombay, Madrás y Calcuta dispusieran de vino. El vino era, como digo en tono de broma, el combustible de la Marina. Sin vino no había guerra. Al menos navales”
Fuente: diariodeavisos.elespanol.com
Autor: JOSÉ LUIS CONDE
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